sábado, 25 de octubre de 2008

El miedo al extranjero

…sobre aquellas miserias “pequeñoburguesas”.

El mundo cambia, eso es cosa de todos los días. La historia nos consume y el presente se esfuma. El mundo se polariza, la sociedad también. Las distancias se han acortado (gracias a la tecnología, el avance en las comunicaciones y el transporte). Los viajes han aumentado. Día a día se mueven enormes masas de población a lo largo del globo. Los viajes como empresas de no retorno también han aumentado. La inmigración es un tema que preocupa. Trataremos a lo largo del presente post de brindar algunas luces sobre aquello que está pasando.


Si bien los pueblos siempre viajaron y la población constantemente se trasladaba, la inmigración como un fenómeno social de una magnitud considerable apareció recién en el siglo XIX. La revolución industrial, el vapor y los ferrocarriles fueron los elementos que posibilitaron esos movimientos a grandes distancias. Las grandes crisis europeas (por ejemplo, la de 1873) fueron factores de expulsión de poblaciones y familias que se encontraban en la miseria. Al mismo tiempo, otros factores, éstos de atracción, como las condiciones económicas favorables de los países de acogida, las cadenas y redes de personas y solidaridades en la que la información era la llave de mano para la instalación de las familias, contribuyeron a ello. Muchos de los países del mundo, pero sobre todo aquellos países de América fueron los que recogieron la mayor parte de ese grueso poblacional en movimiento. Estados Unidos, Brasil y la Argentina fueron los países del continente americano que más inmigrantes acogieron. La idea era poblar (“gobernar es poblar”) el desierto sarmientino, en fin “civilizar”. Esta idea lentamente fue perdiendo fuerza, parece ser que los emigrantes que vinieron no eran los esperados. No eran los civilizados ingleses, franceses, alemanes que hubieran deseado. En cambio eran españoles e italianos en mayor medida. Ley de Residencia, persecuciones políticas, establecimiento de sindicatos socialistas y anarquistas, violencia política, etc.


¿Qué paralelo podemos trazar entre esos movimientos de mediados del siglo XIX y principios del XX y las actuales corrientes migratorias? Hoy en día la gente se sigue moviendo por el mundo; turismo, viajeros, mochilas, valijas, etc. Sin embargo, muchas otras personas no deciden viajar por placer, sino que las circunstancias los llevan a ello. Los desplazamientos de población pueden ser de dos tipos: están los que ocurren en masa (cual éxodo) y que muchas veces tiene que ver con guerras civiles, conflictos entre estados, epidemias, etc., que ocasionan refugiados de un país en otro; y están aquellos que se hacen voluntariamente, que tienen que ver con huir del país buscando un porvenir mejor, un salida a la terrible realidad que los aqueja, tal es el caso de la inmigración actual y sobre todo la inmigración africana hacia Europa.


Europa se ha cerrado sobre sí. Si bien antes Europa se lanzó a descubrir elmundo, ahora la utopía se agotó. La aventura moderna, como la califica Bauman, llego a su fin. Ahora tienen un continente fortaleza con fronteras establecidas y vigiladas. Con leyes firmes que no permiten el ingreso de personas al continente, que los expulsan si irrumpen el orden (una nueva ley de residencia). Entonces se generan preocupaciones encontradas. Están aquellos que firmemente se muestran intolerantes frente al extranjero y están aquellos que intentan bregar por la tolerancia y el multiculturalismo (parafraseando a un prof. de la Fac.,se trata de “Aprender a vivir juntos”). La Francia que vota a Sarkozy lo hace porque asegura firmeza en sus decisiones y no flaqueza en temas preocupantes como la seguridad, la inmigración, la vigilancia. Quien haya visto Caché (2006, Haneke), puede ver cómo los temores de una familia de clase media – alta francesa (que bien podría ser prototípica de un análisis de Bourdieu) tienen directa relación con la seguridad, la vigilancia, la ruptura de la intimidad y la inmigración. Los personajes se ven asediados por una cámara que los filma, que los muestra saliendo y entrando de su casa. Pero la situación que resuelve todo es la aparición del hijo de la familia hablando con un hombre de origen africano a la salida de la escuela. El director explícitamente no nos dice nada, pero implícitamente nos remite al tema de la intolerancia/tolerancia. Los sucesos acontecidos hace unos pocos años en París con la quema de autos y de locales por parte de las minorías étnicas nos remiten a esta realidad que preocupa, a este miedo al extranjero. La prohibición de usar el velo a las mujeres que profesan el Islam dentro de las escuelas nos muestra que el ser distinto está penado y sancionado. Hace un tiempo también tuve la oportunidad de ver un documental de origen austríaco titulado “¡Extranjeros Afuera!”. Plantaban un contenedor-casa en el medio de una plaza con miembros de todas las minorías del país (sobre todo extranjeros, árabes, indios, africanos, etc.) e inventaban un reality “ficticio” a nuestros ojos pero no a los de los televidentes. Mostraban así el grado de intolerancia de la gente que votaba por la salida de la casa de cada uno de los extranjeros. Otro caso fílmico es el de la película sátira “Un día sin mexicanos”. ¿Qué pasaría si desaparecen todos los latinos de los EEUU?




Más aún estas miserias humanas, estos miedos son moneda corriente y no sólo en Europa. Europa sancionó una nueva ley inmigratoria pero mismo en nuestro continente también reflejamos esos rasgos europeos que ya son tendencias globales. Ahora que de nuevo están de moda los muros (no precisamente el de Marley) parece ser que la tendencia es “aislarse”. Pensemos en el muro de Israel / Palestina, en el de la frontera EEUU / México, o en alguno futuro entre la capital federal y el conurbano. La suma de los males se condensa del otro lado. Delincuencia, drogas, enfermedades, pobreza. Lo vemos en expresiones cotidianas: “Esos que vienen a sacarle el trabajo a los argentinos”. Siempre está afuera. Falta análisis muchach@s y sobre todo estructural. Antes las élites que dieron forma a nuestras naciones eran consientes de la necesidad del extranjero, de la necesidad del otro para poblar y civilizar nuestros desiertos. Ahora levantan muros, endilgan los males a los otros, ghettizan la sociedad. Y no sólo lo hacen ellos, lo incorporamos a nuestras formas de obrar y pensar. ¿Total en el country qué me puede pasar? Por si las dudas gente, no compren casa en el Carmel.


Cordiales saludos,


B.

miércoles, 15 de octubre de 2008

"La teoría económica contra los argumentos del campo" por Axel Kicillof*

La teoría económica pura rara vez es noticia. Sin embargo, para comprender el actual conflicto que enfrenta a las asociaciones rurales y al Gobierno es imperiosamente necesario desempolvar viejas controversias conceptuales. En efecto, a primera vista, la pelea entre el campo y el Gobierno parece ser una simple cinchada para apropiarse de una bolsa de recursos, tironeo que, fuera de los desbordes verbales de los protagonistas, no parece encerrar ningún misterio. Porque, siempre en el terreno de las apariencias, nada hay más natural que el planteo del campo: dicen que tanto sus productos como la totalidad de su precio les pertenecen por completo y cualquier intento del Estado de apropiarse una parte es una intromisión inadmisible o, como gustan decir, una “confiscación”. Sin embargo, doscientos años de teoría económica desmienten esta apariencia.
El argumento de las asociaciones agrarias en contra de las retenciones tiene tres pasos: 1. Como ocurre en cualquier negocio, el empresario realiza una inversión y en base a su inversión obtiene su producto; 2. Como ocurre en cualquier negocio, si los precios de venta de ese artículo se elevan, la ganancia adicional corresponde exclusivamente al productor. Nadie tiene derecho a meter la mano en el bolsillo ajeno; 3. Si el Gobierno pone un impuesto especial a una rama favorecida, está castigando al empresario que acertó al realizar su inversión y, sobre esa base, nadie querrá realizar nunca nuevas inversiones, ya que pensará que el Estado le va a quitar una parte si el negocio es exitoso.
De estos tres puntos se deduce que, aunque el campo esté atravesando una época de bonanza, ponerle impuestos especiales configuraría una intromisión indebida en la libertad de empresa, generaría incertidumbre y acabaría finalmente con la inversión.
La economía científica, no obstante, muestra con claridad aquello que el campo quiere negar: en la producción agropecuaria no ocurre lo mismo que en cualquier otro negocio. La diferencia es la siguiente. Si en una rama industrial se registrara un incremento de la demanda y un consecuente aumento de precios, los productores obtendrían ganancias extraordinarias. Pero en cualquier negocio estas superganancias serían sólo transitorias. Con el tiempo, podrían sumarse nuevas firmas que con una inversión similar producirían exactamente el mismo artículo en exactamente las mismas condiciones, aumentando así la oferta hasta que tal ganancia extraordinaria se esfumara. Sin embargo, autores como David Ricardo, fundador de la escuela clásica, o Alfred Marshall, fundador de la escuela neoclásica, señalaron que en la producción agrícola existe una diferencia sustancial: como la actividad se asienta sobre determinadas circunstancias climáticas y de fertilidad del suelo, a diferencia de otras ramas, ningún inversor puede reproducir esas mismas condiciones naturales, por más que hacerlo represente un excelente negocio. Mientras las máquinas e instalaciones industriales se pueden producir en escala más amplia cada vez que sea conveniente elevar la oferta, las magníficas tierras de la pampa húmeda se pueden comprar o vender, pueden cambiar de manos, pero no es posible multiplicarlas. En el campo se puede ampliar la oferta, pero utilizando peores tierras. Condiciones naturales más favorables significan menores costos y las tierras argentinas históricamente han permitido producir con costos menores, en relación con otras zonas, incluso a escala mundial. Es por eso y no por la pericia inigualable de los terratenientes argentinos, que llegamos a convertimos en “el granero del mundo”.
Si bien el precio mundial del trigo, el maíz o la soja es el mismo para todos los vendedores, en algunas regiones de nuestro país los costos son muy inferiores. Mientras el precio de los productos industriales tiene, en términos generales, dos componentes: costos y ganancia, el precio de los productos agrarios tiene tres: costos, ganancia y renta del suelo. La renta es entonces equiparable a un precio de monopolio. Los dueños de las mejores tierras (como las de Argentina) se quedan con esa diferencia que no se debe a la inversión ni al esfuerzo sino a las condiciones naturales. La producción agraria no es como cualquier otro negocio, sino que podría decirse que en este sentido se asemeja mucho a la producción petrolera. En ambas existe una renta, un margen por encima de la ganancia normal debida al monopolio sobre ciertas tierras excepcionales.
Es por eso que, fuera de las tierras marginales, en Argentina existe una fuente de ganancias extraordinarias o, más precisamente, de renta del suelo que deja en las manos de los propietarios un monto adicional cuando los productos se colocan en el mercado mundial. Es falso entonces que las retenciones impliquen una confiscación de la ganancia legítimamente obtenida por los inversores, como en cualquier negocio. Las retenciones gravan básicamente ese adicional del precio sobre la ganancia normal que obtienen quienes producen en tierras excepcionales, como las de buena parte de Argentina.
Esta consideración teórica es, claro está, independiente del modo en que se utiliza la recaudación y lo es también del hecho de que quienes producen en zonas marginales (con los precios actuales la frontera se ha corrido significativamente) puedan recibir algún apoyo especial. Ante aumentos de los precios internacionales tan abruptos como los que experimentaron las exportaciones de nuestras exportaciones (la soja y el girasol casi se duplicaron en un año), lo razonable es aplicar impuestos que graven la renta del suelo. Los costos pueden haber aumentado, pero no se han duplicado, de manera que lo que creció es el componente renta. Las retenciones, aunque sean muy elevadas, pueden dejar ganancias razonables para el productor –similares y hasta superiores a las de otras ramas– y, además, mantener más bajo el precio interno de los alimentos. Aquí no está en disputa una porción de la ganancia, sino la renta del suelo originada en las condiciones naturales. Es cierto que los pequeños productores marginales sufren más y que puede brindarse un apoyo especial. Es cierto que debe discutirse el uso de los recursos. Pero es absolutamente falso que las retenciones sean una confiscación o un robo. Es estricta justicia distributiva.

* Economista, investigador UBA/Conicet.

Nota: el texto puede ser leído en su fuente original en la edición del 30-03-2008 de la Revista Cash, suplemento del Diario Página 12 o en su sitio en internet (link directo) http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/cash/17-3433-2008-03-30.html

Cordiales saludos

M.